En un jardín de seres tornasoles,
colosos
amantes de las estrellas.
Me senté entre ellos a mirar el sol
cuando caía de a pedazos ante mis ojos atónitos
y mis manos ordinariamente azules.
Descubrí el amor púrpura,
inconstante;
la sensualidad cual puñal de agua
desdeñando mis ocasos.
Las rejas tornasoles como los seres,
como el amor,
un Dios hecho todo de horizonte.
Luego una lágrima perdida en aquel cielo dorado,
pequeña y clandestina
lágrima azul,
espacio suficiente donde no extinguirme.





