Nací un buen o mal día para el resto del mundo, con los lápices de chupete. Ese siempre fue mi paraíso terrenal. De mi padre aprendí a cantar, él me puso las estrellas en los ojos y en el alma.
Los reyes me regalaron mi primer guitarra a los ocho años, la que aún está conmigo y a la que considero una extensión de mí misma, la única porción perfecta. Pues a esa edad, muy pequeñita compuse mi primer tema. Jugando con las notas descubrí ese universo paralelo que me llenó de asombro . Corrí en aquel momento cargada de emoción a darle la gran noticia a mi madre, tomé la guitarra o ella me tomó a mí y las dos ensayamos juntas nuestra primer obra, obrita . El primer aplauso que recibí sonó directo en mi cara y por cierto sonó bastante fuerte, pero lo que verdaderamente me dolió fue la palabra " mentirosa" que vino inmediatamente detrás de él. Con mi infancia perpleja y frustrada aprendí unas cuantas lecciones: a no necesitar de los aplausos para vivir, a aceptar los golpes en vez de las caricias, a reconocer que definitivamente nací en el sitio equivocado. Gané también algunas cosas: una timidez atroz que durante mucho tiempo me alejó de casi todas las personas, una buena dosis de pánico escénico contenido en mi apretada garganta y gané, gané una desmedida devoción por el arte en todas sus formas. Me pasé horas, días , noches, años ensimismada, concentrada en ese universo desplegado solo para mí. De vez en cuando llegaba a la biblioteca de una tía mía amante de la literatura, que con su sensibilidad me regaló un pasaje a la poesía y con ella el "viaje de mi vida".
Cada día lucho con aquel mismo mundo de mi niñez para sostener lo que soy con sangre y lágrimas. Aún puedo sentir que no hay nada más increíble y maravilloso que una hoja en blanco, que las notas que aún no sonaron juntas, que las frases y pensamientos que no se escribieron y que por alguna fantástica e incomprensible razón, me aguardan en algún lugar de este generoso camino.

